En estos días estamos en plena emergencia nacional. Todos los ciudadanos están llamados a responder colectivamente a una amenaza invisible que pone en peligro la salud pública y ataca los valores fundacionales de nuestro país. La solución es tan simple como impactante: quédese en casa el mayor tiempo posible.
Las empresas públicas y privadas deben responder a la necesidad de reducir los contactos físicos entre las personas mientras se mantiene, en la medida de lo posible, la continuidad del negocio. Por lo tanto, muchas compañías, ya desde los primeros días de emergencia, han ordenado que sus empleados, compatibles con su trabajo, permanezcan en sus casas teletrabajando.
Pero una vez pasado el primer momento de impacto, y cuando el teletrabajo ya está en marcha, llega una segunda fase de preocupación para las empresas: el estrés y los posibles riesgos psicológicos que esta realidad puede provocar entre los trabajadores, ya que nos enfrentamos a una situación nueva para la población general y, por lo tanto, no tenemos una experiencia previa ni referentes de cómo actuar. Es en este momento, cuando las empresas deben movilizar los recursos adecuados y adaptados a este riesgo para hacer frente al malestar psicológico que en determinados momentos pueden desestabilizar más o menos a sus trabajadores.
El coronavirus: No solo una pandemia física sino también psicológica
Sabemos que la incertidumbre y el aislamiento ante cualquier situación, no solo frente a la actual epidemia, generan en nosotros reacciones emocionales que pueden variar tanto en su naturaleza como en su intensidad: miedo, ansiedad, desconfianza, ira, irritabilidad, tristeza, desesperación e impotencia son algunos ejemplos.
Estas reacciones emocionales y las manifestaciones fisiológicas que las acompañan (fatiga, cambios en el apetito, cambios en el sueño, dolor de cabeza…) impactan a su vez en nuestros pensamientos y percepciones, que se vuelven mucho más catastrofistas y que hacen que nos resulte difícil concentrarnos, poner nuestros pensamientos en orden, mantener nuestra atención, tomar decisiones, pensar en planes a futuro, así como nos pueden llevar a realizar conductas como compras desmesuradas de alimentos y medicamentos, comer de forma compulsiva, llorar de manera descontrolada, e incluso actuar de manera arriesgada.
Es decir, ante esta situación de incertidumbre y aislamiento, podemos entrar en un círculo vicioso en el que nos vemos afectados a nivel emocional, fisiológico, cognitivo, y/o conductual. El grado en que cada persona veamos afectado cada uno de estos niveles y cómo los manejamos, dependerá de nuestras características propias y de nuestras experiencias previas.
No obstante, lo importante es saber que podemos aprender a romper este círculo vicioso con ayuda de un profesional de la psicología y evitar llegar a un estado de ansiedad que nos generé dificultades en nuestra vida diaria, tanto personal como profesional.